martes, 1 de noviembre de 2011

El jardín de las horas


Tic tac tic tac, ese constante ruido de las agujas del reloj lo agobiaban enormemente, intentaba dormir y que su sueño fuese por encima de ese sonido pero era imposible. Las horas pasaban y no lograba conciliar el sueño. Harto de la situación que se le dibujaba todos los días decidió ir a leer, así de esta manera olvidaba esas  agujas y podría perderse en otro mundo; en el mundo de la fantasía. Y efectivamente lo consiguió.  Cada noche a eso de las 10 salía de la habitación y se iba al patio, ahí sentado en una tumbona cogía un libro y leía y leía hasta que ese gusanillo del sueño le entraba, lo embriagaba y lo hacía dormir plácidamente. En sus sueños veía a una hermosa mujer que envuelta en sabanas blancas le susurraba la odio. Era tan bella que parecía una mera ilusión y quizás eso es lo que el necesitaba ilusión para vivir, para afrontar sus miedos y oscuras pesadillas, sus fantasmas del pasado y sus amores prohibidos. Con el tiempo, siempre marcado por ese tictacteo, aprendió a vivir sin temores. Esa mujer que lo visitaba cada noche se convirtió en su ángel de la guarda, hasta que un día decidió llevárselo con ella y juntos se convertirían en unos simples espejismos de la mente, del jardín y de las horas.

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