miércoles, 12 de octubre de 2011

Nunca

Le encantaba pasarse las horas mirando al mar desde el patio de su casa. Lo tenía justo en frente. Allí divisaba a los pescadores cuando desde el alba soltaban el ancla y salían a buscar pescado para alimentar a la prole, también a las familias que iban y venían mientras jugaban con sus hijos en la arena haciendo castillos, que segundos después, serían destruidos por las olas que rompían en la orilla.  Pero nunca se imaginó que ella se convertiría muy pronto en protagonista de muchas de las  historias que surgían en la playa. Una mañana, alguien tocó a su puerta, era un marinero que llegaba en uno de esos enormes barcos, que pasaban días y días en la mar. Acudió hasta ahí porque necesitaba que alguien le dejase un teléfono para hacer una llamada de urgencia y como era la única casa que había a pie de playa pensó que le sacaría del apuro. Desde el primer momento que lo vio se enamoró de él, y él de ella. Ambas pieles tostadas por el sol se unían y formaban una danza de colores y olores marinos únicos.  Durante los meses que el pasó en tierra se veían todos los días, tomaban sol, se bañaban y las estrellas junto con las olas eran los únicos testigos de las noches de amor y pasión que  pasaban en aquel oscuro litoral. Pero una mañana, él no tocó a su puerta, no amaneció en su cama, no había rastro ninguno. Ella desesperada miró por su ventana y el enorme y majestuoso barco ya no estaba, su misión aquí, había terminado.  Fue entonces cuando rota de dolor, despecho y desamor, pensó en el destino de ambos y sintió que eran como barquitos de papel.

3 comentarios:

  1. Hermoso relato.Hermosa historia.
    Sigue así.

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  2. Estuve presente en el parto de este relato. Su autora da pasos firmes en el oficio de escribir. Tomen nota, apenas empieza y si persiste, llegará lejos. Adelante, Génesis, vas por buen camino; este breve relato lo suscribe.

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  3. Muchas gracias, estas palabras se agradecen

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